Durante el siglo XX, este lugar era un gran sitio de recreación para los habitantes de la Ciudad de México, los cuales todos los domingos se paseaban por los canales en las “trajineras” (embarcaciones de madera), por el lago del lugar, a través de sus jardines flotantes.
Félix Candela no quiso discrepar con la tradición y la belleza de la naturaleza del lugar, por lo que decidió proponer un edificio con características que lo hiciesen partícipe de los jardines, como objeto flotante a partir de su estructura que, asemejándose a una flor de loto que flota sobre el agua, logra el efecto deseado.
El diseño se caracteriza por una bóveda formada por la intersección de ocho gajos provenientes del encuentro de cuatro paraboloides hiperbólicos. Su planta se acerca a los 42 metros de diámetro y paraboloides de 25×30 metros en el inicio de su desarrollo, contando con una altura máxima de 8.25 metros y que en el interior se reduce a 5.90 metros.
En los bordes de las parábolas frontales podemos apreciar como se cierra el espacio a partir de placas de cristal con carpinterías metalicas de 2.40 X 2.40 metros.
Bajo éste se encuentra el salón que alberga un restaurante con mesas y sillas en la parte donde los gajos se alzan para dar paso a las carpinterías metálicas. Al centro podemos encontrar una gran pista donde se llevan a cabo bailes o ceremonias de diversas reuniones. La espacialidad interior se define por el juego de luces que genera la estructura de paraboloides hiperbólicos.
A un costado se alzan muros independientes que contienen los servicios del restaurante, como la cocina, los sanitarios, el vestíbulo de acceso, etc. En la parte del acceso se cuenta con un estacionamiento para aproximadamente veinte automóviles.
Su encofrado es más simple que el de una bóveda formada para la intersección de cilindros, por tener dos sistemas de generatrices rectas. Además al estar constituida por superficies no desarrollables es mucho más rígida y permite construirla con espesores menores (5 cm).
La madurez e intuición de Félix Candela permitió eliminar la viga del borde y concentrar la descarga del peso de la estructura en los apoyos de arranque que se encuentran remetidos en el borde externo de los paraboloides. A primera vista pareciera que las losas de hormigón nunca tocan la tierra.
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